Como dice Michael Shermer, la gente lista cree en cosas raras porque está entrenada en defender creencias a las que ha llegado por razones poco inteligentes. Pero el siguiente experimento que os voy a referir trata más bien de personas normales que profesan algún tipo de fe y que no son especialmente duchas en defenderla. Entonces prefieren no escuchar. No escuchar para impedir la entrada en su mente de puntos de vista inconvenientes.
El experimento se llevó a cabo en la década de 1960 por los científicos cognitivos Timothy Brock y Joe Balloun. La mitad de los participantes en el experimento eran religiosos, y la otra mitad, ateos. A ambos grupos se les pasó un mensaje grabado que atacaba el cristianismo.
Pero había algo más. En la grabación se añadió un poco de molesta electricidad estática, una especie de chisporroteo de fondo que impedía entender bien todas las palabras. No obstante, el que escuchaba el mensaje tenía la posibilidad de reducir estas interferencias pulsando un botón: entonces el mensaje se entendía sin dificultad.
Los resultados fueron totalmente previsibles y bastante deprimentes: los no creyentes siempre intentaban eliminar las interferencias, mientras los individuos religiosos preferían que el mensaje fuera difícil de oír. En posteriores experimentos de Brock y Balloun en que unos fumadores escuchaban un discurso sobre la relación entre el tabaco y el cáncer se reveló un efecto parecido. Todos acallamos la disonancia cognitiva mediante la ignorancia autoimpuesta.
Naturalmente, esto ocurre en toda clase de personas: también entre científicos ateos frente a argumentos de creyentes. Aunque, en este caso, el hecho no es tan flagrante porque los científicos acostumbran a aducir pruebas (o se limitan a negar que no creen, y la carga de la prueba está en el que afirma, no en el que niega). Y raramente veremos que un científico se siente ofendido en sus creencias si un creyente critica sus ideas científicas: sólo es buen científico precisamente el que anhela encontrar errores en sus ideas a fin de armar ideas mejores. En el caso del creyente, incluso se aplaude la inmovilidad de las ideas aunque todo apunte a que están equivocados.
Por ello, muchos creyentes se niegan a escuchar los argumentos esgrimidos por ateos, o por la misma ciencia, si éstos entran en conflicto con sus creencias. Y si los escuchan, es como si sólo oyeran el sonido de las palabras, pero el mensaje no les empapa la mente.
Algo parecido sucede en un artículo de ciencia donde se critique o cuestione la fe: enseguida se llenará de lectores que tratarán de defender con uñas y dientes sus creencias (en el mejor de los casos) o censurar el contenido de cualquier forma, por ejemplo aduciendo que el contenido les ofende profundamente (en el peor). (En ese sentido, resulta curioso lo de tener que respetar las creencias ajenas: si se respetaran todas las creencias, también debería respetarse el no respetar determinadas creencias. O incluso deberíamos respetar ideas como el nazismo, la esclavitud o la pederastia. Las ideas no merecen respeto, sino las personas; y las personas no deberían ser sus ideas, sino difícilmente progresarían y aprenderían de los errores de las mismas).
Dicho lo cual, si acaso debiéramos respetar un único mandamiento, el undécimo: aprenderás, dudarás de todo, sobre todo de quienes dicen saber la verdad, y también dudarás de ti mismo y del resto de los 10 Mandamientos. Y si alguien dice que lo que crees es falso o es peligroso, desearás con toda tu alma que te expliquen la razón, para no desperdiciar ni un minuto más en ello.
Podéis leer más sobre estos asuntos en ¿La religión es también una pseudociencia?, ¿Creer en Dios es como creer en Santa Claus? y La inmoralidad de profesar una fe.
Vía | Cómo decidimos de Jonah Leherer
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